Observe traspuesto en la ventana, la puerta de su casa. Se había retrasado unos segundos, y el camión de la escuela estaba por arribar. ¿Qué le habrá sucedido? Ella siempre es puntual.
Todos mis pensamientos iban dirigidos a mi vecina de enfrente llamada Gloria. Una niña de mi edad, de cara pecosa y cabellera de largas trenzas, piel color canela que contrastaba con sus ojos aceitunados.
Éramos compañeros de clase, de laboratorio, incluso del coro de la iglesia.
Pasamos horas conviviendo –ella por su lado y yo por el mío –el único problema, a pesar de ser vecinos y compañeros no éramos amigos.
Antes de dejar la escuela por enfermedad, en la esquina junto a otros chicos esperábamos el camión. Cuando la veía venir, me guardaba detrás de alguno y observaba su plática. Tenía la sonrisa tatuada en su rostro y un timbre de voz que endulzaba mis oídos.
Ahora, la admiro desde mi ventana del segundo piso, oculto en mi cuarto, tras las cortinas, tolerando mi respiración y al corazón enamorado.
Cuando entra a su casa la magia hace pausa. Y, no la veo hasta ya entrada la noche, cuando las campanas y las ruedas de la carreta de Don Pánfilo, el lechero, se anuncia.
Entonces, sale con el cabello recogido, su overol de mezclilla azul y su radiante sonrisa. Son minutos nada más, pero suficientes para llevarme entre la noche y la mañana su voz y su rostro.
Cierto día no fue a la escuela. Se pasó la mañana lavando y tendiendo su ropa. Se mostraba tristona, sollozaba, y secaba sus lágrimas en el viento.
No lo pensé dos veces: ¡voy a verla! El deseo me recordó mi postura, la de estar pegado a una silla de ruedas. Ya en el piso me sostuve de la cortina, la impotencia me alentó a poner mis brazos en el marco de la ventana. El impulso arrastró mis pies hasta quedar colgado. Logré sostener la mitad de mi cuerpo justo cuando ella, me volteaba a ver…
¡Me saludó! Le devolví el saludo…y, mi cuerpo se inclinó de su posición natural, siguiendo su materia. Besé el suelo.
Después de aquel acto de acrobacia me ausente de la ventana, los días de lluvia cayeron como anillo al dedo. Pero me quedó la duda, ¿habrá notado mi estado físico?
Me apoyé en el respaldo de la cama y contemplé mis piernas. Aquel trancazo en las rodillas las tenía adormecidas hasta hoy.
¡Quién iba a saber que el brazo de la hamaca estaba deshilado!
Me faltaban dos meses más y comenzaría a mover los dedos y sentir el cosquilleo, según el médico. Repetiré el curso, pero era lo de menos, porque seguiré viéndola dos años más. He contado sus pecas todos los días desde mi ventana y, ya me anda por mirarlas de cerca.
El tiempo pasó sin darnos cuenta. A las seis de la mañana, los benditos rayos de sol marcados en mi rostro me levantaron como si fueran días de escuela. Se hacía tarde para mi cita, y mis zapatos dispersos en el cuarto. Uno si, otro no, dando brincos baje las escaleras. El desayuno tendido en la mesa y mamá recitando: ¿Dónde vas? ¡Ya sacaste la basura…tendiste tu cama¡
“En boca cerrada, no entran moscas”, así decía la abuela cuando quería que su día no inicie mal. Primero lo primero. No hacerla esperar en la puerta de su casa con sus bolsas listas para la basura. ¡Ese era mi trabajo!
Veinticinco días madrugando para impresionarla, y al pasar de un: ¿hola? ¿Te ayudo? ¡Oh! de estar de frente y descubrir que hay más pecas en su espalda…que en su cara, no había que comparar.
Dejé de buscarla desde mi ventana. No tenía que saber más cosas de ella. En la escuela aun estemos separados, bastaba recostarme bajo un frondoso flamboyán del camino para esperar, cubra con su sombra mis pies.
FIN.
José García.