Aquí nací, entre cantos de palomas y el murmullo del viento hablándole al cielo. De albarradas chimuelas y días lluviosos que al macharse, dejan su aroma a tierra mojada. Correteando gallinas descalzas, brincando charcos en la calle. Dibujando sonrisas de oreja a oreja al grito de la abuela anunciando la hora de la cena.
Mi padre y abuelo de esta tierra han surgido. La piel canela en ambos, ni los frondosos árboles de Ramón evitaron ocultar sus sombras en días de canícula. De la misma manera, en sus manos tienen dispersa la vida y en la mirada que hurtan los atardeceres al final de la jornada, una historia que contarles a los hijos y estos, a sus nietos.
Así como las flores de mayo que se ocultan en meses posteriores, mi rostro de niño en el espejo mostró al hombre que mi padre siempre acompaño.
Teníamos todo la naturaleza envuelta en la mirada. Gente noble y trabajadora, amigable. Sobre todo, cuando las circunstancias te llevaban a otras tierras. Finalmente retornan con su último aliento para morir…de la misma forma como un día nacieron. Con doce años a cuestas seguía mis huellas grabadas en cada hoja deshojada, en cada rostro que me antecede y en cada noche de cuarto menguante.
Cierto día, mi padre alistaba su cosecha. Iría a la gran ciudad. Había escuchado voces que la describían tan amplia como la noche que cobija mi pueblo. De largas calles arboladas que en atardeceres hacen reverencia a la nocturnal lluvia de estrellas. En sus calles pululan leyendas que cobran vida, rostros de ancianos resguardados en el tiempo por una sonrisa.
También se decía, que los duendes mayas observaban quienes entraban a su mundo. Los vigilaban sigilosos K´aues claroscuro, de picos filosos. Cuando se hacia la noche, esas aves al claro de la luna se trasmutan en bellas mujeres de ojos esmeralda, piel sutil como la seda y labios purpura.
En un guiño de complicidad, atraían a los hombres como cargas positivas y negativas, como el imán atrae el hierro.
Eso durante la noche. Al amanecer ni el aroma de ellas inmutan el tiempo, convertidas de nuevo en aves, reposan entre el follaje abundante de los árboles sagrados de flamboyán y pich.
¿Leyendas o no? Son cosas que no sabía explicar y no quería descubrir.
En mi pueblo esos acontecimientos no existen. Se da el quererse. Ejemplo de ello es doña Candelaria. Los veinte árboles que circundan la plaza los sembró ella y su esposo. Los cortaron dentro del monte cuando la sangre aun corría fuerte dentro de la piel y la mirada brillaba como la de un gato en la oscuridad. Vieron crecer tantas vainas de tierra fértil y también navegar contra corriente. Levantaron albarradas, hicieron pozos y desmantelaron las últimas veletas que señalaban la dirección del viento.
Me quede contemplando el plano paisaje que lleva a la carretera. Las lágrimas se me salieron y rodaron por mis cachetes. Justo antes de la antigua desfibradora donde antaño se trituraban las gordas pencas para extraerle el sosquil. Han quedado bajo desvencijadas construcciones y fierros viejos.
A media cuadra del parque, por una calle lateral, en una casona donde estuvieron los consultorios de salud, se levantó las oficinas de un partido político.
Mi padre dice que ahí solo hay personas sin cerebro. Siempre se ve movimiento de ida y vuelta. Me contó, cuando paso a perder sus tierras. Con engaños don Uriel, a la postre primer presidente ejidal y después su compadre se aprovechó de él. Acababa de perder su primera cosecha de elotes debido a la fuerte tromba que cubrió el pueblo con dureza.
Con engaños por falta de conocimiento…por no saber leer. Obtuvo su huella dactilar al calce sobre una hoja en blanco, a cambio de un préstamo de dinero para enterrar al abuelo.
Todo evoluciona, como una tormenta que arrasa. Una tarde partí a estudiar al pueblo más cercano y regrese para enseñar lo aprendido. Mi padre y yo, siempre hablamos con la verdad, sin mentiras. Efectivamente era verdad todo lo que me conto, la maldad existe si el bien se ausenta, y no hay lugar diferente para no sentirlo.
Jure no olvidar esa premisa, y en la última escena de su vida “tomó un puñado de tierra “, la puso en mis manos y me dijo: ¡sigue tus huellas hijo, que detrás voy yo!.
Ante su tumba la plática se pausa…para otro momento.
FIN.
José García
Junio2020.