Ya barrí y trapeé la casa. Lavé los manteles, limpié fotos, santos, etc. Casi todo está listo para recibirlos. Es un día esperado, todo un año para ello.
Como cada uno de noviembre, el chocolate caliente, tamales y panes preferidos de papá y mamá estarán en la mesa. Un Padre nuestro y Ave María serán las oraciones previas para “llamarlos” a disfrutar la esencia de los alimentos. Y sentiré más que nunca aquella presencia que me abraza y que quisiera retener todo el tiempo.
“De esto no hay allá abajo” recuerdo que decía mi mamá cuando degustaba una rica concha con su chocolatito caliente. Papá solo sonreía y yo los observaba sin pensar que algún día estaría añorando esos momentos en familia en los que fui tan feliz.
Las cuerdas de la guitarra sonaban armónicamente cuando Papá tocaba este bello instrumento. Recuerdo que en sus cantos siempre encontraba una invitación para que me uniera. Entonces agarraba mi guitarra y lo acompañaba en los acordes, haciendo un dúo perfecto.
“Vas a ver que cuando yo me vaya, no vendrás tan seguido al cementerio” me decía mi papá al pie de la tumba de mi madre…Y sí, me siento avergonzada porque no voy con la frecuencia que quisiera a su “morada final” como decían ellos. Pero me conforta saber que están juntos; porque eso sí, ni la muerte pudo separarlos.
Noviembre es un mes mágico y agradezco a Dios que me dé la oportunidad de preparar cada año el altar como ofrenda a esos seres inolvidables y amados, que aunque para el mundo han muerto, viven en mi corazón en donde los mantengo calientitos, igual que el chocolate que a mi mamá tanto lo gustaba.
Que descansen en paz. Una oración para todas las benditas ánimas.