“Yo lo amaba – dijo la voz – con ese amor total que se
experimenta solo una vez en la vida. Pero desgraciadamente
todo terminó, o más bien, empezó a terminar desde aquella
noche de tormenta, en que iracundo como un animal salvaje,
se abalanzó sobre mí con la intención de arrebatarme a mi
hijo primogénito, y desaparecerme por completo de su vida…”
=Mi padre detuvo el coche en un callejón de arena, que el
viento removía a cada rato lastimándome los ojos. Se detuvo
en una casa de techo de dos aguas y puertas de madera
despintadas por el tiempo. Lo hizo como si hubiera venido
aquí en otras ocasiones.
-¡ Aquí es ! pueden bajarse. Ahora vamos a saber cuál es la
urgencia de habernos hecho venir hasta aquí.
Muy temprano habíamos salido desde Mérida para Telchac
Puerto, como les oí decir a mis padres; de seguro no
veníamos por ella. Había cierta intranquilidad en la
conversación entre ellos, que me hizo percibir un aíre de
fatalidad.
Me olvidé de ello cuando mis ojos comenzaron a cerrarse, por
la monotonía en que pasaban en rápida sucesión los árboles
y las cosas, por el pedazo de paisaje que me daba la
ventanilla del coche.
Abrí los ojos cuando un olor salobre me cubrió por completo.
De seguro era el mar, pero todavía estaba un poco lejos. Era
el viento que lo acercaba hasta nosotros. Cuando llegamos,
una hilera de palmeras con el aíre silbando entre las hojas
llenaron nuestros ojos. Un puñado de viviendas se apilaban a
ambos lados del camino, hasta el fondo estaba el mar
bullendo sus aguas azulosas como una cinta eléctrica.
Antes de llamar, un hombre cuya piel parecía haber bebido
buena parte de la luz del sol, nos habló como si nos hubiera
estado esperando desde antes.
-¡Pueden pasar ! nos dijo-mientras abría las puertas de la
entrada por completo.
Apenas entramos, el suave olor de flor de limonarias nos
envolvió por completo, y me hizo recordar de repente, el
mismo olor de las estancias de nuestra casa, cuando ella
estaba presente.
-Como ustedes ya saben-continuó-cuando ella les dejaba,
venía aquí para encontrar un poco de consuelo para su vida
llena de infortunio. Y como ya saben también, la última vez
que vino, me pidió hablar a solas con el niño. Por eso les
hice venir hasta aquí para cumplir con esa voluntad.
-Pueden sentarse-les dijo a mis padres, señalando un par de
sillas rústicas colocadas junto a una estiba de redes
blanquísimas como telarañas apiladas en el suelo. Entonces
abrió sin contratiempos las puertas del fondo de la casa, y
entonces se mostró el mar completo, majestuoso, golpeando
con su mazo líquido las orillas de la costa..
El hombre del sol puso una de sus manos morenas en mi
hombro y me dijo:
– ¡Vamos hijo, acompáñame! Antes de que ustedes llegaran,
Habían dos barcas en la playa. Desde aquí puedes ver
solamente una. La otra lo llevó ella para unirse con el mar
que la vio nacer en una noche de tormenta. Esta es la que le
regalé cuando nació. La dejó para ti como un recuerdo. Le
grabé su nombre en un costado, se llama como ella.
SOLEDAD…DEL MAR. Así avanzamos, conversando
hacia la orilla, acercándonos al sonido de las olas que venían
a expirar como débiles riachuelos en la arena…