Diez minutos antes de las once, otra noche. Algunas calles se van despejando. El último cuaco arrastra su calesa, va rayando la calle. La guardia en las calles con gente fresca. En el cuadrante de la plaza principal los trovadores van ocupando sus bancas de madera dispuestos a la espera.
Afinan sus instrumentos de cuerda, se vuelve eco cada punto cardinal de la plaza al compás de voces que susurran bajo las estrellas fragmentos de melodías. La noche es joven aún. En el receso recuentan como estuvo el día.
Roberto, el más antiguo del oficio se dice cansado. El trabajo fue duro y pudo dormir unas horas. Felipe, de rostro fresco, agrega que los hijos han sido buenos, y no pasa penurias…hasta hoy.
¿ Yo?, los miro y solo completo decir que !Amo mi profesión¡.
Corremos con suerte, el primer carro se enfila a nosotros. Nos presentamos, acordamos el precio y quedamos en vernos en 20 minutos. Por suerte mi carcacha anda de cables nuevos.
En sigilo esperamos la orden. Los acordes de las guitarras acarician los cristales de la ventana de la amada, que con su mejor sonrisa recibe al amor. Después de breve ausencia retornamos a nuestro sitio en espera de más buena suerte. ¡Vaya!, como que hoy se enamoraron todos, afirmó Felipe, al mirar las esquinas de la plaza vacía de juglares. Las horas transcurren, la cuadrilla de barrenderos saca brillo al pavimento, mientras el repartidor de periódicos deja caer un bulto en el lugar indicado.
–“Es un oficio muy antiguo y sacrificado”– le escuchó decir a Roberto. El veterano de grandes batallas.
¿Solía contar?, qué en su época, la gente se enamoraba llevando serenata a la novia. Éramos más trovadores, agrega, dejaba para vivir y enseñar a los noveles guitarristas. Hoy la juventud vive de otra manera. Con tristeza puntualizó.
Nos volvió a la actualidad la voz de una dama en su lujoso vehículo amarillo; pidió informes sin bajar del todo los cristales oscuros. De grandes lentes que le cubren el rostro y uñas como garras, confirmaba con la cabeza el trato. Nos dejó una nota con los datos del lugar para reunirnos en media hora.
Eran las dos de la madrugada.
¿Por el rumbo del cementerio? Exclamé por decir algo. ¡El cliente manda¡ lo afirmamos los tres, y si fuera junto a una tumba, nuestro profesionalismo no debe perderse…parecía que lo dijimos en unísono al mirarnos a la cara .
Poca luz iluminaba el lugar. La casa queda al final de la barda del cementerio. Ladridos de perros nos reciben, pero huyen al sonido del claxon. Me baje de primero, se sentía un ambiente extraño, pero me tranquilizó las luces que se encendieron frente a mí. Era el carro lujoso de la contratante; sacó su mano apenas de la ventana, hizo una seña, y me entregó otra nota que decía: “toquen sólo la canción…Peregrina”. Con la mirada nos pusimos de acuerdo, y entonamos la melodía de frente a la casa.
Al terminar la complacencia un aplauso solitario nos distrajo. Un viejecillo en la acera de enfrente sonriente nos observaba.
–¿Vaya, se volvió a cumplir la fecha?—exclamó en tono sarcástico el visitante.
–¿A qué se refiere?– Pónganos al tanto hombre. Agregó Roberto.
“Cada año siguiente -relato- a la muerte de la distinguida dama de sociedad Doña Carlota Valdivia, justo donde están parados, vienen trovadores para cantarles. Como en su entierro, la misma canción” …
–¿Cómo le fascinaba oírla?.
–Y comentan que en su carro amarillo…
–¡Cómo! —Interrumpí—¿Eeess, el mismo vehículo..? ¡Vámonos de aquí amigos!.
Sentados en la plaza principal nos reímos de lo acontecido. Diez minutos para que amanezca. Como todas las madrugadas, Fidelia la única menesterosa que duerme en las bancas de madera ya en píe, revisa los recolectores de basura en busca de algo que comer, nos mira, y se sienta en el frio suelo para con la mirada decirnos: ya pueden cantar.
Hacía varios días desde que la conocimos, y antes de irnos a descansar le regalamos unas notas musicales, así, creemos que su día será menos difícil.
Con la iridiscente luna que pasa a despedirse y una veintena de golondrinas en coro engarzadas en los cables de luz semejando una partitura armoniosa, los ojos de ella, ,sonríen inefables como la esperanza…
Nos persignamos frente a la Catedral de mi Yucatán y prometemos retornar en unas horas .
FIN.
José García.