DESENGAÑO
Desde que lo vi, me atrajo irresistiblemente. No me explico todavía que fue lo que me conquistó, tal vez fue su gesto arrogante, cabellera rizada, ojos negros o aquella personalidad que me subyugaba.
Recuerdo el inicio de todo. Yo estaba en el parque de nuestra colonia comprando un vaso de esquite y él pasó por el lugar, me sonrió y caminando lentamente se me acercó. Yo, muriendo de nervios, le sonreí también, disimulando el miedo a que pudiera escuchar los latidos de mi corazón acelerado.
Nos hicimos novios; durante seis meses salimos y puedo decir que fue una época bonita, aunque con algo de problemas por su carácter un tanto violento y porque era un poco posesivo. Cierta vez me pegó una cachetada porque le sonreí a uno de sus amigos, pero pensé: “me quiere, está celoso, pero mi amor hará que cambie”
Nos casamos hace ocho años, ilusionada y feliz pensando que todo iba a ser maravilloso, pero no fue así porque han sido los años más difíciles y amargos de mi vida.
Al poco tiempo de casados, él se destapó totalmente mostrando su verdadera cara demoníaca; por cualquier cosa me gritaba y pegaba, mi vida era un terror constante, sólo estaba tranquila cuando se iba a trabajar, pero al llegar la noche mi cuerpo comenzaba a temblar pensando que en un rato llegaría y con su acostumbrado mal humor terminaría golpeándome.
¡Dios! ¿Cómo pude soportar tanto? No me atrevía a rebelarme, menos si ya tenía tres hijos – seguiditos- . Él decía que la mujer era para eso: complacer al marido y darle familia, atender la casa y servirle. Mi autoestima estaba por los suelos, subí de peso y me descuidé hasta no más.
Aguanté demasiado esta mala vida, justificándome por mis hijos ¿cómo iban a crecer sin su padre? además, qué iba a decir la gente si me divorciaba’: “Mira, esa es una madre soltera”…
Sin embargo, ayer fue lo último que mi ser pudo soportar: Pasada la media noche llegó borracho como suele hacerlo e intentó violarme; mi reacción fue empujarlo tan fuerte que cayó golpeándose la cabeza en la orilla de una mesa. Hilillos de sangre escurrieron por sus oídos. Aterrada, sin saber qué hacer, agarré a mis hijos y salí huyendo de la casa.
Por los medios noticiosos me enteré que está en el hospital, fuera de peligro. Es verdad lo que reza el dicho: “mala yerba nunca muere”. Lo peor es que me enteré que anda diciendo que me va a demandar por intento de homicidio. Se vale que tiene influencias y no dudará en ejercerlas para refundirme en la cárcel y quitarme a mis hijos.
Pero no me quedaré cruzada de brazos, lucharé con todas mis fuerzas para desenmascararlo y revertir sus acusaciones. Sé de instituciones que apoyan a mujeres como yo, que sufrimos de violencia intrafamiliar. Acudiré a estas instancias y pelearé con uñas y dientes, como loba enfurecida que teme a que le arrebaten a sus cachorros.
¡Ya nos veremos en los juzgados!