Llegó de nuevo el invierno,
Y con él los soles opacos,
la pálida niebla lloraba,
porque el río perdía su encanto.
El frío paralizaba mi cuerpo,
El viento se llevaba mi dicha,
Y un conjunto de estruendosos lamentos,
Lloraban mis manos y dedos.
Adormecida mi vida, sin fuerza,
miraba el pasar de las horas,
muriendo mis ilusiones y sueños,
como alas rotas de mariposas.
Dame un respiro dolor lastimero,
Te has ensañado con mi cuerpo,
Con tu peso lo haces trizas,
y tu presencia me da miedo.
Tú, verdugo de mi tiempo,
Aun me dueles y lo sabes,
Me voy para otros mares,
Aquí te dejo mis cristales.
Y cuando despierte amigo mío,
Te veré fatigado y herido,
Me pondré mi penacho de estrellas,
¡Y como disfrutaré verte dormido!