Me despertó el exquisito aroma del caldo que mi madre preparaba. Dormíamos sobre cartones mis 6 hermanitos y yo. Sin hacer nada de ruido me dirigí al patio, donde observé a mi madre lidiar con la carne que cortaba afilando muy seguido sus cuchillos.
Me acerqué a ella y le ofrecí mi ayuda.
–Madrecita, ¿puedo ayudarte?, veo que batallas mucho.
–No Chava, regresa a dormir. Sí batallo es porque este cerdo está muy duro.
–De seguro era muy viejo –le dije.
–Sí, muy viejo. Vete a dormir, ya casi serán las 5:00 a.m., hora de que se levanten y se alisten para ir a la escuela, necesito terminar para sacar el guisado al puesto.
–¿Entonces sí abriste tu puesto de guisados? Ya ves, mi papá me prometió que te daría ese dinero.
–Vete a dormir, no me entretengas, pondré el caldo sobre la estufa, vete, vete, obedece, me ayudarás al regresar de la escuela. Verás cómo cambiará nuestra vida.
Apenas y asintió con la cabeza, Chavita abandonó el patio.
En todos estos años, nueve para ser exactos, sólo he recibido golpes y desprecios de este mentecato de Sergio, culpa mía, como decía él, por haberme llenado de chiquillos. Chavita el más grande, de apenas 8 añitos, y mi recién nacido Tomasito. Siempre trabajando lavando ajeno para poder comprar de comer. Aquél lo poquito que ganaba lo perdía en el estanquillo comprando revistas y esos números de rifas o no sé cómo se llaman, pero ya harta de tantos golpes y maltrato me decidí a que sus hijos tuvieran otra oportunidad.
Hace 2 días llegó muy gritón a pegarle a los niños y a jalarme del pelo para cumplirle sus capricho, me tumbó en los cartones, ni tenemos camas ni donde dormir, siempre trae cartones muy grandes que recolecta de la tienda de blancos y enseres, ahí tirada me amenazó, forcejeamos y lo maté.
Hoy sobre la estufa cocino su cabeza para el mejor de los pozoles, y poco a poco haré lo mismo con el resto de su cuerpo.
A un lado de mí casa un letrero que dice:
“Pozole, tamales, chachacuajes, pimitos, frijoles”.
Todo se ha gastado, el viejo tenía mal carácter, pero muy buen sabor.