“Niebla”,
tu perfecto
traje oscuro
te cubrió cuando viviste:
Unas veces
fue una corta catarata
de chispas infantiles,
otras veces
tus pasos en el viento
al sonido de mis dedos
persiguiendo
a los pequeños felinos
de la casa;
tus largos baños
en el polvo
como si fuera una charca fría,
o tus claros bigotes lacios
serpeando en mis rodillas.
De estas y otras formas
deshojaste
tu presencia
en nuestras vidas
pétalo de rosa negra,
dulzura cristalina,
cometa que camina
como un sol nocturno.
Y así fijaste
tantas huellas en la mente
como recuerdos
en las piedras
de tu frágil hermosura,
del tiempo tuyo
que se fue quedando
en nuestros ojos
como una quemadura.
Pero un día
no supimos bien a bien
cómo pasó;
tal vez fue
un trozo de carne misteriosa,
un pedazo
de fruta congelada
o quizás producto
de tus baños
en la tierra,
pero una minúscula vida,
como una pequeña sierra,
fue cortando tu pelaje
hasta raerlo por completo.
Y entonces,
tus miembros deslumbrantes
fueron haciéndose
de espuma.
Como una flor
desmadejada
te fuiste yendo
día a día
hacia el cielo canino,
porque no hubo
un remedio claro
para tu mal oscuro.
Y en medio
de tu dolor terminal,
moviste tu cola incompleta
como un postrer saludo,
y fue tu mirada última
la que llevo
entre mi alma
como un faro de luz,
de arena,
de silencio.
Fue tu morada final
un pequeño hueco
entre la tierra,
como un cajón oscuro
que acabó por separarnos
dejándonos el luto,
los recuerdos que palpitan
como corolas encendidas,
como estrellas
que renacen
para repartir tu presencia.