(A Rosalba)
Estoy
bajo la noche platinada
sobre el suelo
del planeta.
Es la hora del corazón.
El tiempo de soñar,
sentir,
vivir,
con tus encantos
en la noche.
Así te conocí:
cuando la tenue oscuridad
caía cuajada
de racimos amarillos.
Y entonces
palpitaste en mi vida
como estrella,
ardiste suavemente
como luciérnaga
de espuma.
Pusiste
tus manos frescas
sobre mi corazón quemado,
y sentí correr
la sangre adormecida
por mis venas
como miel silvestre,
como bandera
que se hincha con el viento.
Entonces
creciste en mi alma
como marea roja,
como pétalos
que ascienden
hasta asomar en la mirada,
y andando
con los ojos
repletos de tu imagen
te hiciste necesaria.
Con una fuerza viva
te dije que te amo,
y reclamé con fuerza
la tibieza
de tus brazos,
levantamos la luna
enamorados,
cantamos recorriendo
la ruta de los besos,
saludamos
a la noche que ardió
como una hoguera inacabable,
al tiempo que se fue
o que vendrá,
a la vida que nace
o que navega.
Gotea
día a día
como una uva mojada
tu belleza
en la copa de mis manos.
Pero sólo hermosura
no eres.
Hay en ti material celeste,
minúsculos azahares
que van llenando el agua
de tus días,
y asoman en tus ojos
y en tus manos
como flor de harina,
como pan recién horneado,
como pétalos de viento,
como bálsamo celeste
para amainar
el sol de las heridas.
Y así seguimos
amor mío,
amada,
desde aquella noche
original y pálida
como una sola hoguera
dividida en ocho llamas
que chispean
y se revuelven
con el viento
en multitud de flamas amarillas.
Juntos
andaremos
en la tierra
destilando juntamente
la sabia de los días,
y juntos entraremos
en el reino azul
que aguarda
como un sol electrizado.
Por eso
día a día
te abrazo y me renuevo,
me abrazas y renuevas,
porque juntos somos
y seguiremos siendo
como un escudo férreo
frente al mar,
el viento
o las montañas.
Y mañana de seguro,
juntos,
como un relámpago infinito.