Erguida
bajo el cielo de mi tierra
veleta
te sacudes.
Tu cara rebanada,
tu cola de sirena,
tus pies de araña firme.
Besadora del aire,
material en sonido,
me recuerdan
la existencia
de frescuras subterráneas.
Es este aire blanco
el que arranca
tu sonido
y hace brotar el agua
sonora como un grito.
Conozco
tu costumbre:
te duermes
o despiertas con el viento.
Y cuando estalla
en tu epidermis
el látigo invisible,
despiertas
rapidísima tirando cuchilladas,
avión desorbitado,
hélice en sonido,
motor con zancos blancos,
y corre por las calles
la savia de los pozos,
riachuelos que se asoman
a inundar la tierra oscura.
Te pareces
a mi corazón:
él rueda y vuela
solo a donde vaya
mi aire femenino,
la reina de mis días,
mi amor desorbitado.
Somos
entonces
veleta de mi tierra:
clamor enardecido,
desesperación gemela,
metales en sonido,
y en cada vuelta
de la vida,
en cada revolución
metálica
se nos van los días
como si fueran
chorros de agua luminosa,
de sangre cristalina,
de vida transparente.