Ella siempre supo que eso podía suceder, que eso le iba a pasar. Bajo la más cruenta realidad ella nunca tuvo la decisión de dejarlo, de alejarse definitivamente. Los más claros síndromes de la mujer maltratada: amenazas, ofensas, humillaciones, sobajamiento, golpes, etc., eran su diario sobrevivir.
Una de las escenas -la más reciente- que le contó a mi amiga abogada, era que la perseguía con un cuchillo, él cayéndose de borracho, y ella, abrazando a su hijo de un año, corría rodeando los árboles para que él se cayera y ya no se levantara.
“Así le hago siempre”, le contaba muy ufana a la abogada: “lo canso y así ya no me pega tan fuerte”.
Ningún vecino o pariente se metía, era imposible. Ante tal amenaza, ella lo resolvía “cansándolo”. Y si se dormía mucho mejor –decía- porque así se despertaba hasta el día siguiente.
Las brutales golpizas ya no eran solamente cuando se emborrachaba sino todos los días, a cualquier hora, en cualquier lugar.
Yo estoy escuchando esta historia en la puerta de una funeraria, traje a mi amiga. Salió a los cinco minutos y le dije:
–¿No te vas a quedar más tiempo?
La respuesta me dejó helada:
–De ninguna manera, sólo vine a decirle ahí en su féretro: tú lo sabías, siempre lo supiste, tenía que ser éste tu final.